Eduviges Portalet

Eduviges Portalet
Conferencias

lunes, 13 de febrero de 2012

EDUVIGES PORTALET - CONFERENCIAS

Hojas color sepia

     De nuestros archivos de familia hemos recuperado estas Conferencias salidas de la mano –pero sobre todo del corazón– de la Sierva de Dios Eduviges Portalet, nuestra amada Madre y Fundadora.

     El tiempo, la historia y el silencio de los años acumulados han producido un color sepia en sus páginas, que no ha borrado la nitidez de las palabras, ni de la vida de un corazón totalmente enamorado de Jesucristo.

     Nuestros ojos han recorrido  –con avidez y cariño–  estas hojas amarillentas por fuera, pero tan bien ubicadas en el pentagrama de la vida consagrada, en clave de fidelidad siempre y en la nota precisa de la abnegación y el servicio, tan propias de la respuesta de amor al llamado, “Si quieres venir en pos de mí, toma tu cruz y sígueme” (Mt 19,21)

     Nuestras pupilas y todo nuestro ser se han recreado, –leyendo entre líneas– con el fuego, con la esperanza y con los sueños de Eduviges: Fuego de Dios, que se consume por los invidentes de luz física pero sobre todo a los carentes de la luz de la fe.

     Cada una de las conferencias retrata a la mujer consagrada, enraizada totalmente en el alfarero Divino, de donde le brota un amor entrañable por la humanidad sin luz.

     La brasa de su corazón se hizo hoguera y fuego ardiente al pie del Sagrario, donde dobladas las rodillas pero sobre todo el corazón supo escuchar la Palabra y ponerla en práctica.

     Mujer Eucarística, totalmente Eucarística. Cristo es el centro de su vida y junto al tabernáculo donde su presencia fue cotidiana y familiar, nació el proyecto de nuestra Congregación.

     Mujer de Fidelidad: Fiel a Cristo y a su Evangelio, fiel a la Iglesia, fiel al Proyecto de santidad que el Espíritu Santo le inspiró para su familia religiosa.

     Mujer de la Palabra y de palabra, que supo leer la Santa Voluntad Divina con un corazón humilde y pobre; mujer de palabra coherente para predicar la Verdad y portar la Luz de Cristo.

     Mujer de fe… ¡siempre de pie!, aún en medio de la oscuridad, ha dado testimonio del crucificado que resucita, y que no hay cristianismo ni vida religiosa sin cruz. Ama la cruz real, la de Cristo en el madero y la de todos sus hermanos crucificados y sin luz.

     Maestra excepcional, pedagoga incomparable, supo leer en su tiempo y en el Evangelio la voluntad amorosa del Esposo Divino y hacerla vida con su propia vida… como sin igual Madre de sus hijas Dominicas, aficionada nata a la hagiografía, ha pedido para ellas que sean hijas de obediencia, cumpliendo con fidelidad el arte de las cosas pequeñas y cultivando la virtud en la oración como en la recreación.

      En los sueños de Eduviges Portalet, nuestra amada madre fundadora, nos vemos caminando –en este siglo y en todos los que vendrán– detrás del blanco estandarte de María Inmaculada y a Eduviges diciéndonos “…el lirio de su mano debe florecer en nuestras manos”.

     No hacen falta más palabras, entra como hija en su corazón de madre y recorre sus esperanzas y sus sueños a través de estas Conferencias salidas de su vida pero sobretodo de su amor a Dios y de su amor por los privados de la Luz.




I Conferencia
El amor a la Regla

     Quien vive según la Regla vive según Dios, una religiosa puede hacer milagros pero, si no es fiel a la Regla no es fiel al Esposo Divino. Toda nuestra perfección está contenida en este libro sobre el cual daremos cuenta.

     Ustedes conocen queridas hermanas estas palabras del santo Padre que dice: “No dudaría canonizar de santa a una religiosa sin otras informaciones siempre que haya sido fiel a su Regla”.

     Si Dios ha puesto en nuestras manos un medio tan sencillo para ir a Él, cuánto no seríamos culpables de dejar por negligencia y perder una ayuda tan eficaz para nuestra santidad.

     El elogio más hermoso que se puede hacer de una religiosa es de decir que es una Regla viviente. Este libro tiene que pasar por nuestras manos pues todo lo escrito nos ayuda a vivir en fidelidad.  

     El bienaventurado Bertimano quiso ver el libro de la Regla en sus manos, después de su muerte, seguro de que su alma al presentarse delante de Dios, había adquirido méritos por la fidelidad constante al cumplir las más pequeñas observancias. San Luis Gonzaga interrogado sobre lo que hubiera querido hacer si él debiera morir en ese mismo instante, respondió: sólo la práctica de la Regla realizada con amor me vale para la eternidad.

     Cuando ustedes quieren hacer una hermosa página de escritura en una hoja se sirven de una regla para guiarse; así para presentar en la noche su examen de conciencia del día que termina al Sagrado Corazón de Jesús, sírvanse de la Regla para guiar todas sus acciones.

      La Regla es el aceite que se necesita para hacer arder la lámpara de las vírgenes sabias.
    
     Entonces la sala de la fiesta abrirá sus puertas y el Esposo Divino entrará delante de ellas y allí en un amor eterno la esposa fiel olvidará los sacrificios que le ha costado cumplir constantemente sus obligaciones; el haber sembrado muchas veces hasta con lágrimas le hará cosechar con alegría eternamente.

            Hagan así hijas mías y ustedes vivirán.
Así sea.




II  Conferencia
La Obediencia

     El hombre obediente cantará victorias dice el sabio. La virtud de la obediencia –como dice la Regla– es la única que nos hace verdaderamente religiosas. Es mejor recoger una paja por obediencia que hacer milagros por voluntad propia.

     La obediencia debe ser ejecutada con prontitud y amor a las personas que Dios nos ha puesto como autoridad. ¡Qué dulce paz posee la que es obediente cuando está convencida que obedeciendo hace la voluntad de Dios!

     Las personas del mundo se llenan de ansiedad y duda –aún las más piadosas a veces– sobre sus mejores obras; pero la religiosa está segura que obedeciendo, hace siempre la santa voluntad de Dios, y que nosotras pedimos que se cumpla cada día cuando  rezamos el Padre Nuestro.

     La obediencia es pronta, la religiosa que deja para más tarde una indicación dada, cumple con negligencia; quién no deja sus ocupaciones al primer toque de la campana, no tiene la prontitud en la obediencia y por consiguiente no es una verdadera religiosa.

     La obediencia debe ser completa, es decir perfecta y agradable a los ojos de Dios. Si me ordenan alguna cosa según mis gustos, lo hago con alegría, está bien; pero si me dan una orden contraria a mis gustos se torna difícil y busco mil pretextos para evadir esta acción que me cuesta, mi obediencia no es entonces pronta, no soy una religiosa obediente.

     La obediencia debe ser sobrenatural. No tiene obediencia sobrenatural la hermana que juzga los talentos, la edad y quizá las virtudes de la superiora y haciendo comparaciones, se cree dispensada de obedecer, porque su orgullo y su corazón soberbio le hacen creer que ella es mejor que su superiora. Ella olvida que Jesús, la sabiduría encarnada, el verbo del Padre, ha obedecido treinta años a dos criaturas en la tierra. Él no presumió de nada aunque estuvo sobre todas las cosas.

     El dulce salvador ha merecido el nombre sobre todo nombre que hace doblar las rodillas hasta en el infierno porque Él ha sido obediente hasta la muerte y muerte de cruz. Procuren entonces, hijas mías tener una obediencia sobrenatural y serán verdaderamente obedientes.

     Oh cuando vengan las pruebas de la obediencia sobre una cruz dolorosa y tengamos la necesidad de ser generosas, con la fuerza de la consumación; felices nosotras si la obediencia nos inmola, es el signo más seguro que Jesús nos ama y nos coloca sobre la cruz al lado de Él.

     Repitamos entonces estas hermosas palabras, pues aún sabiéndonos sobre el calvario resuenan a libertad: Es mejor sacrificarse con Jesús que ser libres en la celda de los pecadores.

     Los deseos más ardientes del corazón de vuestra madre general es que cada una de ustedes sean hijas de obediencia.

     Así sea.



III Conferencia
El Espíritu de pobreza

     Una esposa fiel honra y comparte el destino de su esposo y se asocia a su fortuna. El Evangelio nos dice que nuestro Señor Jesucristo no ha tenido, ni siquiera una piedra dónde reposar su cabeza. ¡Qué tristeza producen las almas religiosas que son prontas a lamentarse de las pequeñas privaciones que la Providencia les ofrece con el fin de hacerlas trabajar para su santidad!
           
     Sean pobres realmente; examinémonos continuamente si confrontándonos con los votos no estamos fuera de la Regla.

     No tengamos para nuestro uso, más que lo estrictamente necesario y poseyendo estas cosas, no estemos apegadas a ellas. Donde hace falta una cosa no pongamos dos y allí donde una cosa es útil no la sacrifiquemos. Seamos pobres de verdad es decir no amemos los bienes terrenos, amemos los bienes del cielo.

     Estemos felices de ser pobres y de pasar por pobres, no amemos las cosas vanas y como el humilde y pobre Francisco de Asís llamemos a la pobreza nuestra reina y nuestra bien amada hermana.

     La Regla dice que la pobreza es la fortaleza de la observancia regular.

     Es realmente cierto, deseo entonces que para encontrar el espíritu de la santa Regla nuestras hermanas sean verdaderamente pobres. En si nada de particularidades, nada escondido, nada de reservas materiales, que son ocasión para hacer regalos a una persona amada o a un pariente, todo debe ponerse en común, según el texto de la Regla; si nosotras deseamos hacer un regalo manifestemos este deseo a nuestra superiora y si es justo ella aceptará, entonces es siempre la Regla que habla.

     La religiosa que falta a la pobreza debe ser castigada y si la transgresión es considerable debe ser severamente castigada. Pero el castigo más grande es el dolor de haber ofendido al Divino Esposo. Él para demostrarnos su amor no ha tenido ningún reparo en bajar del cielo, nacer en un establo y morir sobre una cruz.

     ¡Qué tristeza tener el corazón enamorado de las cosas de aquí abajo y apegado a la tierra, cuando bastaría un hilo para aspirar a la unión inefable con el Señor que es la única felicidad deseada y el único tesoro del corazón de una religiosa!.
           
     Oh Señor, despréndenos de todo lo que ata nuestras almas; como una blanca paloma alza el vuelo, decimos como San Pablo “por el amor de Cristo yo miré todas estas cosas terrenas como un vil humo”.
           
     Todo lo que sea del espíritu del mundo, oh Jesús, Esposo mío, lo dejamos a vuestros pies.

     Así sea.

IV Conferencia
La Castidad


     El cumplimiento de la Regla resguarda la castidad y esto no tiene necesidad de explicación, pues ella es sencilla de ser comprendida por todos.

     Las hermanas deben imitar la pureza misma de los ángeles. Si algo nos acerca a estos espíritus celestes es la virtud de la pureza que nos hace vivir como ángeles, digo más todavía, la pureza del corazón y del cuerpo de Jesús tienen una medida que no tiene límites.

     La pureza es una victoria y para conservarla intacta, la religiosa lucha y se ejercita continuamente en el sacrificio y la virtud.

     Qué magnífica y qué hermosa recompensa, prometió nuestro Señor en el sermón de la montaña: “Bienaventurados los que tienen el corazón puro, porque ellos verán a Dios”.

     Ver a Dios, qué cosa más deseable y dulce, ver a Dios en el silencio de la oración y velar cotidianamente. Ver a Dios en las delicias de la comunión fervorosa; ver a Dios en todas las criaturas porque son para nosotras el espejo divino; esto es el privilegio del alma pura.

     En el cielo ¿Cuál será su recompensa? Seguirá al cordero por senderos desconocidos y otros escogidos; cantará melodías inefables unidas a las voces de los santos. Mientras el corazón saboreará las delicias. Quienes no saben unirse a este coro, no han comprendido cómo es la misteriosa voz del Esposo Divino.

     ¿Tal perspectiva no nos impulsa a encender nuestro celo y hacer todos los sacrificios que nos lleven al cumplimiento de los preceptos de la hermosa castidad?: Sacrificios exteriores, modestia de la vista no solamente para no ver lo malo, sino para ver poco aún de lo que es bueno.

     Sacrificio de los ojos: tan agradable a nuestro Señor, cuando por su amor nos privamos de ver tal o cual cosa; quien es de ojos y de corazón puros ve bien aún los objetos que la curiosidad nos lleva a ver.

     Sacrificio de la lengua: ¿Quién nos impondrá el silencio? Pues hay ciertas expresiones tan tiernas y naturales que nos hacen agradable toda conversación, inclinándonos a recordar las ideas del mundo y tristes costumbres.

     Sacrificio de los oídos: No deseando más que escuchar la voz del Esposo Divino o bien sólo aquello que nos ayude a amarlo mas y huir de todos los ruidos por dulces y armoniosos que parezcan a nuestro corazón.
           
     En fin, el esfuerzo de todo nuestro ser, para mantener la serenidad y la sobriedad de nuestros actos. La esposa de Cristo debe tener un porte de Reina y su presencia debe siempre imponer respeto como también inspirar piedad.

     Oh feliz la familia religiosa donde cada uno de sus miembros cultiva y forma este coro angelical que tanto agrada al corazón de Jesús. Nosotras felices hijas de la Inmaculada Concepción debemos caminar con coraje detrás del blanco estandarte de nuestra Madre. El lirio de su mano debe florecer en las nuestras.

     Es mejor morir mil veces que ser infieles a nuestros sarmientos de pureza.

     Que este mi deseo sea el vuestro, sarmientos de pureza.
    
     Que este mi deseo sea el vuestro, hijas mías como es también el de mi corazón maternal.

     Así sea.


V Conferencia
La Caridad

     La caridad es la reina de las virtudes.

     Ella es la esencia de Dios mismo, ya que Él mismo dice en su Palabra: “Dios es caridad” y san Pablo en las epístolas escribe hablando de él mismo: “Aunque yo tenga todas las virtudes y todos los dones, si no tengo caridad no soy nada”.

     Los dos objetos de nuestra caridad son Dios y el prójimo.
           
     Hablamos hoy día de una manera particular de la caridad fraterna es decir de aquella que debemos ejercitar para resguardar a nuestro prójimo. El mismo Jesús está dentro de este prójimo a quien me pide amar. Y ¿mi alma ha comprendido lo que hay de divino en la caridad fraterna? y ¿Cuántas veces  ha  herido el Corazón de Jesús?

     Jesús ama esta persona de quien me disgusta su carácter o su misma virtud. Él la ama tiernamente y yo, ¿osaría despreciarla u odiarla?; no me sería difícil amarla si yo voy hacia ella con el amor del Corazón de Jesús.
           
     El mandamiento del amor al prójimo es el precepto que Él llama su mandamiento para que lo cumplamos fielmente. Él quiere que la fidelidad al mandamiento del amor, sea el signo distintivo de una virtud sólida y de una piedad sin falsedades: “Por esto serán reconocidos como mis discípulos”.

     Además nos mostrará el día del juicio que este precepto y amar a Dios son los más importantes. Según esto será la recompensa al fin de los tiempos. Él nos dirá: “Tuve hambre y me diste de comer, tuve sed y me diste de beber, estuve desnudo y me has vestido, estuve enfermo y prisionero y me has visitado”. Sólo habrá recompensa para la caridad.

     Nuestro Señor después de habernos dado el precepto del amor al prójimo, nos muestra con su ejemplo cómo debemos cumplirlo: “No hay amor más grande que dar la vida por sus amigos”.

     Su amor por nosotros es sobrenatural. Lo que Jesucristo ama en nosotros es la imagen de su Padre, sus designios misericordiosos de la providencia sobre nuestras almas. Nosotras elevemos, al orden sobrenatural el amor a nuestros hermanos. Amemos a Dios y por Dios a aquéllos que nos rodean y no los olvidemos jamás.

     El amor de Jesús por nosotros es inalterable, inmutable. El corazón del Maestro no deja de palpitar por nosotros a pesar de nuestras ingratitudes, a pesar de nuestras infidelidades. “Habiendo amado a los suyos los amó hasta el fin” dice el Evangelio.

     La caridad nace de un corazón que ama, del corazón de una esposa de Jesús que sabe servir a los demás; si nosotros no sabemos sufrir por los demás, la misma nube es capaz de esconder el sol de nuestra caridad.

     Tengamos por divisa estos modos pequeños pero profundos de amar: sufrir todo por los demás, pero nunca hacer sufrir a los demás.

     Así sea.




VI Conferencia
La Humildad

     “La humildad es la verdad” dice Santa Teresa. Es sobre todo la verdad que pasa por la inteligencia y por el corazón a la práctica diaria en nuestra vida.

     La caridad es la antorcha de la humildad. El hombre por la humildad descubre el todo de Dios y la nada de uno mismo. El ángel ha pecado por orgullo por que no se ha mantenido en la verdad. Nosotros evadimos la humildad por que nos humilla; pero es humillándonos que nos salvamos.

     La humildad según el pensamiento de San Agustín es toda la religión del discípulo de Jesús. Cumplir con sencillez los deberes cristianos, vivir las diferentes virtudes diariamente, no son sino, diferentes formas de practicar la humildad.

     La oración es la humildad del hombre delante de Dios.
     La fe es la humildad de la razón.
     La obediencia es la humildad de la voluntad.
     La castidad es la humildad de la carne.
     La mortificación es la humildad de los sentidos y también de todas las otras potencias; todas están  relacionadas con la humildad.
           
     Nada más excelente que la humildad considerando sus frutos.

     Nuestros pecados han puesto una nube entre nosotras y el Señor, ¿Quisieran ustedes que su oración traspase esas nubes, llegue a los oídos y al corazón de Dios y obtengan de Él lo que le piden?...Entonces… ¡HUMÍLLENSE!.

     Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes, como el imán atrae al fierro, la humildad atrae la gracia.

     Si la gracia es la fuente de agua viva que brota hasta la vida eterna, la humildad es el vaso que se colma. Como el cántaro no se llena sino bajando hacia la fuente, así el alma no se llena de Dios sino se abaja hasta su nada.
     La humildad después de habernos atraído las gracias divinas, nos mantiene en paz con el prójimo, mientras que el orgullo nos dispersa y divide.

     La humildad hija de la caridad, dulcifica y une los corazones. ¿Cómo no amar a una persona que se olvida de sí misma por pensar en los demás?.   

     ¿Quién se disputa por el último lugar?… El alma humilde que no solo llena de paz a los otros, sino a sí misma. “Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, hagan esto y encontrarán el reposo de vuestras almas”.
     Así sea.
VII Conferencia
El Silencio


     Nuestra Santa Regla nos da las primeras indicaciones sobre el silencio que nosotras tenemos que observar.

     El Evangelio nos dice que en el camino de la pasión el Divino Maestro no abría la boca para alimentarse o quejarse del trato que recibía. Jesús callaba, pero independientemente de este deseo misterioso de inmolación, la experiencia nos enseña que ninguna comunidad puede mantener la observancia regular sino guarda cuidadosamente el silencio.

     Santa Juana Francisca de Chantal dice, que para reformar una comunidad relajada basta restablecer el silencio regular. Nada edifica más a los mundanos como la calma y el silencio que reina en la clausura.

     Nosotras que por nuestras ocupaciones trabajamos con los seglares, no dejemos que las costumbres del mundo perjudiquen nuestra vida interior; guardemos con exactitud el silencio como manda la regla.
           
     Mis queridas hijas, el silencio no es solo de palabras inútiles, sino de todo rumor o movimiento que distrae la dulce y gran quietud que alegra el alma del que busca a Dios.
           
     El recogimiento interior es hijo del silencio: “Yo conduciré el alma al desierto y allí le hablaré al corazón” dice el sabio.

     Nada favorece el dulce acercamiento como la soledad de dos y dejar que la intimidad no sufra con la presencia de una tercera persona; quedémonos a solas con Jesús si queremos que Él nos comunique los secretos divinos, que hable a nuestro corazón con el lenguaje misterioso que nos apartará de las vanas consolaciones terrenas.

     Buscar la soledad con ardor y mantenerla con constancia como dice san Lorenzo Justiniano: “el modo más eficaz para avanzar en la oración es la vida interior”. Ustedes saben ¿Por qué Dios no nos visita más frecuente y familiarmente?... Porque muy a menudo nos encuentra dentro del mundo y el mundo dentro de nosotras.

     A Él le gusta hablar en el silencio pero vuestra alma muchas veces no se encuentra así. ¿Cómo vamos a evitar tantas faltas?. El día que guardamos sigilosamente el silencio es fácil el examen de conciencia y al contrario el día que hemos hablado mucho hemos pecado mucho. Santiago dice: “El que no peca en palabras es perfecto”.

     Tomás de Kempis, el autor de la “Imitación de Cristo” escribe: “Cuantas veces estuve entre los hombres volví menos hombre, lo cual experimentamos cada día cuando hablamos mucho. Más fácil es callar siempre que hablar sin errar”.

     Tomemos como resolución práctica después de esta pequeña conferencia, guardar escrupulosamente el silencio que nos prescribe la Regla sea por el tiempo y por el lugar.

     Así sea.


















VIII Conferencia
El amor al trabajo


     Nuestra vida es esencialmente laboriosa, el amor al trabajo es una de las condiciones esenciales para la felicidad de una hermana Dominica de la Inmaculada Concepción. El amor al trabajo para ser meritorio debe estar acompañado del espíritu de fe a los méritos infinitos de nuestro Señor Jesucristo.


     Jesús de Nazaret es el divino modelo de trabajo, de quien se puede decir con toda verdad y de su vida: “Él ha hecho bien todas las cosas”, magnífico elogio que tiene la medida que ninguna de nosotras podemos ambicionar por nosotras mismas.


     Jesús ha realizado todos sus trabajos, hasta los más sencillos con santidad, en todo momento, fuera cual fuera su tarea, y estos han sido siempre, un cántico de ángeles, llamándole siempre, santo, santo, santo…
           
     El Señor ha hecho con sabiduría infinita todas las cosas, las pequeñas como las grandes, configurando un orden admirable en todo, según los designios de su amor. Él se acomoda a todas las circunstancias y realiza cada cosa en el momento y en la forma como tenía que hacerlo. Ha hecho todo con bondad infinita ofreciendo toda su vida para bien nuestro.

     Oh, ¡cómo avanzaríamos rápidamente en la virtud, si en la práctica somos fieles a las cosas pequeñas!. Alejar de todas las acciones, aún de las más comunes todo defecto y hacer las cosas lo mejor posible, por amor. Es necesario moldear nuestro corazón según el gran precepto del amor a Dios y al prójimo.

     Nuestra unión con Dios nos hace buscar la santidad para cumplir su santa voluntad donde Él nos ha colocado, en lugar de correr imaginariamente buscándola fuera de la vida a la que hemos sido llamadas para la santidad.

     Cada una de las acciones hechas con amor y abnegación aumenta la caridad y  fortifica las buenas costumbres.

     El mal aumenta el mal y el bien acrecienta el bien, recordémoslo. Las pequeñas virtudes conducen a las grandes virtudes; pero si no trabajamos en la virtud que es maestra del bien, uno se convierte en esclava de sus pasiones. Aunque llena de imperfecciones, debo avanzar, si no avanzo en la virtud no avanzo en el amor a Dios; no debo sorprenderme pues esto me puede alejar del Señor.

     Las acciones pequeñas de virtud producen una alma justa y noble: el nombre de Jesús pronunciado con reverencia, el signo de la cruz hecho con devoción, una mirada benévola y compasiva; todas las acciones pequeñas en sí mismas, animadas por el espíritu de fe y la gracia, es lo que gusta más a Dios, le procuran más gloria que todas las acciones puramente naturales de las criaturas en el pasado, presente y futuro.

     A Dios, podemos amarlo en sí mismo y no dejar salir la alegría de nuestro pensamiento; pero una buena obra mostrará tu verdadera fe. Y algún día los ángeles dirán que has hecho bien todas las cosas.

     Oh Dios mío que dejemos con nuestro trabajo hecho con amor, huellas gloriosas de nuestra vida.

     Así sea.




IX Conferencia
La Santidad y el fervor


     La Regla nos dice que el primer celo que nos debe animar es aquel que nos lleva a la santidad y a la perfección del alma. Este celo es el fervor que San Francisco de Sales llama la buena salud espiritual. Cuando estamos bien –es decir que tenemos salud espiritual– gozamos de todo y tenemos el corazón puesto en las cosas de Dios.

     El fervor ordinariamente produce en el alma una santa alegría y aún en el sufrimiento no es fatigoso el servicio a Dios y a los hermanos.

     Todos los cristianos deben estar animados –sin duda– de gran fervor y celo por su santidad. Pero la religiosa tiene un mayor compromiso de fidelidad: es la esposa de Jesucristo en virtud de la predilección particular que el dulce Salvador ha hecho por ella; aunque en virtud de elección ella libremente ha aceptado al Señor.

     He sido libre de ser o no ser religiosa; pero desde el momento que ya lo soy, elijo libre y sinceramente trabajar por mi santidad.

     San Bernardo explica este deber como “un celo infatigable para avanzar hacia adelante y ver lo que es mejor”. En esto reflexionamos nosotras mismas. Si después de un serio examen de conciencia no entiendo bien la necesidad de caminar a la santidad, ¿qué puedo hacer?

     Seriamente, poner manos a la obra, vigilar y rezar todos los días; que si viniere de sorpresa el Esposo Divino, nos encuentre con la lámpara encendida como símbolo de este fervor y vigilancia que es el estandarte de la verdadera esposa de Cristo.

     La Regla dice que cualquier empleo que nos da la obediencia si lo realizamos con abnegación estamos cumpliendo con la voluntad del Señor. Esta certeza es para nosotras un estímulo potente para trabajar lo mejor posible.

     Seamos fieles para cumplir el tiempo de Dios, según sus designios, es decir según las prescripciones de la Regla. Sin la Regla hacemos siempre nuestra voluntad y raramente la voluntad del Señor.

     La Regla es el secreto de la multiplicación del tiempo.

     En la vida regular no hay nada al azar, todo está previsto, todo sigue su curso, todo se hace con más mérito a causa de la obediencia que se practica y de la victoria que adquirimos sobre nuestra inconstancia natural.

     Terminamos esta reflexión con las palabras de san Pedro que resumen las cualidades y las razones de nuestro fervor: “seamos fervientes en verdad porque es el Señor a quien nosotros servimos”.

     Estar al servicio del Señor es reinar.

     Hijas mías seamos aquí las humildes servidoras de Jesús, para que Él nos dé su reino en la eternidad.

     Así sea.



X Conferencia
Los Ejercicios Espirituales


     Para apreciar mejor, mis queridas hijas la necesidad de nuestros ejercicios espirituales para la vida de nuestra alma, sirvámonos de algunas comparaciones familiares que nos harán comprender mejor esta última y práctica verdad.

     El viajero necesita viáticos, el guerrero necesita armadura, el herido necesita un remedio. Meditemos estas tres decisiones de la vida humana… ¿No somos aquí abajo viajeros, guerreros y a menudo desgraciadamente heridos ?.

     1. El viajero necesita viáticos:

     Una de las primeras precauciones que tomamos cuando vamos de viaje, es de proveernos de una valija, en la cual depositamos las provisiones para la ruta. Es justo y bueno, mis hijas que para el viaje de la vida espiritual nuestra alma sea provista siempre de la maletita de viaje.
    
     Tenemos regularmente buen apetito por estas comidas espirituales que nos fortalecen el temperamento religioso. El apetito espiritual es el fervor, es esta diligencia que nos hace ir con prontitud para un ejercicio, desde que la campana nos llama y nos pone los mejores medios.

     Alimentemos nuestra alma de la presencia del Maestro Divino que reside en el Sagrario para nuestra dicha y para ser nuestra fuerza.

     Si descuidamos nuestros ejercicios espirituales, seremos como personas anémicas cuya vida no sabe soportar la mínima fatiga, estaremos sin fuerza espiritual para cumplir con nuestros deberes y nos convertiremos en estas hermanas de algodón que al mínimo golpe se sienten aplastadas.

     2. El guerrero necesita una armadura:

     La vida del hombre en la tierra es un combate, dice Job, ¡Oh! esto es verdad, enemigos adentro, enemigos afuera, todos se juntan para hacernos una guerra encarnizada, ¿Cómo resistir? ¡Nuestra debilidad es tan grande!.

     Digamos entonces como el gran apóstol: “todo lo puedo en aquél que me fortalece”. Y aquél que nos fortalece es Jesús en la Eucaristía. Es Jesús a quien nosotras adoramos, estudiamos y de quien nos alimentamos.
    
Vamos a la verdadera fuente que nos da energía y cuando la hora de la tentación ataque nuestra alma, podamos oponer al enemigo un escudo invulnerable con la fuerza poderosa del tabernáculo.

     3. El herido necesita un remedio:

     La vida está llena de dolorosas sorpresas y a menudo en el camino, a pesar de nuestras buenas resoluciones, caemos; caídas producidas o por el demonio o por nuestras propias inclinaciones.
    
     ¿Qué hacer entonces?
     Entregar al Señor todo el corazón dulcemente como dice San Francisco de Sales y llevarlo a los pies de Jesús Eucaristía, como se lleva un enfermo al hospital.
           
     Jesús es el buen samaritano que pondrá sobre nuestras llagas el aceite y el vino. Vamos pues, a Jesús con los dolores de nuestras heridas.

     Recordemos entonces las tiernas palabras del Maestro, me encanta que nosotras nos sirvamos de estas palabras que son salidas de su corazón durante los días de retiro espiritual, mientras cruzamos la vida mortal: “Vengan a mí todos los que sufren porque yo los aliviaré, pues mi yugo es dulce y mi carga es liviana”.

     Así sea.

XI Conferencia
La Visita al Santísimo

     El salmista dijo en uno de sus admirables salmos estas magníficas palabras: “Yo me alegré cuando me dijeron vamos a la casa del Señor”.
           
     El rey profeta tenía la necesidad de ir a la casa del Señor… ¡Nosotras estamos allí!.
     El techo que nos cubre, refugia su tabernáculo; los muros que nos protegen, le protegen también. Él está en medio de nosotras para alumbrarnos y conducirnos como en antaño la nube luminosa guiaba al pueblo hebreo en el desierto.

     Una casa religiosa por ser ella la casa de Jesús Hostia, debe ser una mansión de paz, de caridad y recogimiento.
           
     ¡Qué respeto y qué fervor debemos tener nosotras al visitar al Divino Huésped, que comparte nuestra casa!.
           
     Cuando el amor guía nuestros pasos… ¡Cómo son de ágiles! Cuando el corazón está ardiendo… ¡Qué medios conoce él para aproximarse al objeto de su amor!

     Seamos pues creativas para multiplicar las visitas a nuestro Señor; no para dar allí un tiempo que la Regla nos ordena emplear en el trabajo; sino  para no escatimar el tiempo que tenemos y darlo libremente al Divino Maestro.

     A menudo durante el día pasamos delante de la puerta de la capilla… ¿Qué nos impide hacer una reverencia y arrodillarnos, abrir dulcemente esta puerta que oculta nuestro tesoro y enviarle una dulce palabra de amor?.

     Empleemos con santa avidez el tiempo de la visita del cuarto de hora al Santísimo; no perdamos ni un solo minuto de esto que la Regla nos da.
           
     La Eucaristía es un alimento para nuestra alma en medio de las ocupaciones y preocupaciones del día, llevemos todo a Jesús en el Tabernáculo: nuestras penas, alegrías, temores, esperanzas, luchas, defectos, victorias. Allí hay para todo entendimiento, para todos comprensión y consuelo.

     Allí está el Señor para aconsejarnos en nuestras dudas, para decirnos que Él tiene en cuenta nuestros sacrificios, que Él bendice nuestro trabajo y que Él nos dará un día la recompensa eterna.

     Nuestra vida religiosa, tomó el modelo de una la cristiana sabiamente ordenada y ofrendada por la obediencia; pero bajo esta apariencia común escondemos un alma amante del Divino Maestro, un alma interior, viviendo de la vida de Jesús Eucaristía.

     Multipliquemos nuestros actos de amor, nuestras visitas al Huésped adorado y cada vez que vayamos a estas audiencias amorosas con Jesús en el tabernáculo, salgamos como novios, según la palabra de san Juan Crisóstomo[1].

     Vamos al trabajo, vamos al martirio, si hace falta. Jesús estará siempre con nosotras.

     Así sea.




XII Conferencia
Preparación a la Santa Eucaristía

     Cada semana la Regla nos permite tres veces comer el pan de los Ángeles. Este favor es inmenso y yo deseo vivamente, mis queridas hijas, que aprovechen esta gracia de la comunión frecuente con fervorosa devoción.

     Hace falta en nuestras comuniones evitar la rutina y reanimar nuestro fervor. Para llegar mejor allí hagamos juntas algunas reflexiones.

     Deseemos vivamente la Santa Eucaristía, esta preparación del deseo es esencial.

     Como el hambre de los alimentos materiales marca ordinariamente la buena asimilación del cuerpo para aprovecharlos, del mismo modo el gran deseo de recibir la Eucaristía es una excelente preparación, para recibir abundantemente sus felices  efectos.

     Jamás estamos mejor dispuestas a recibir las gracias de este sacramento, que cuando podemos decir al Salvador: ¡Mi alma le ha deseado toda la noche, y yo desde el comienzo del día, desperté para buscarlo con todo mi espíritu y con todo mi corazón!.

     Dos cosas contribuyen principalmente a motivar en nosotros el deseo de comulgar: la reflexión y la mortificación.

     El deseo es un movimiento del alma, por el cual conocemos la utilidad de un bien que el espíritu anhela poseer.

     Es imposible que un alma, que es llamada a su santificación y conoce el don de la Eucaristía, no sienta un ardiente deseo de aproximarse al Bien Eucarístico; pero aquí hace falta añadir la oración, la mortificación de los sentidos y la meditación de los bienes infinitos que procuran una ferviente comunión.

     La Eucaristía es una fuente de delicias… ¿Para quién? para aquéllos que reinan sobre ellos mismos y no para los esclavos de sus inclinaciones naturales.
           
     Los placeres terrenos disminuyen las fuerzas del alma y le dan menos capacidad de desear lo celeste; pero si uno se priva de los entretenimientos frívolos, iremos con fervor en el camino del Señor, gustando las dulzuras del banquete Eucarístico.

     Cuando el Salvador entra en un alma bien dispuesta, dice San Juan Crisóstomo Él derrama allí los rayos de su luz y la llama de su unción.

     Él nos invita a amarlo, a degustarlo, a abrazarlo, principalmente con fiel correspondencia a sus gracias, nos une a su Espíritu y a su corazón y el alma hace rápidos progresos en la virtud.

     Tengamos el más grande cuidado en prepararnos para la Santa Eucaristía, de  liberarnos de todas las cosas del mundo para ser únicamente de Jesucristo.

     Los hebreos deben ceñirse los riñones para comer el cordero pascual, preparan las lechugas amargas; esto era para enseñarnos los símbolos de la abstinencia y la mortificación. ¡Cuánto nos aventajan ellos en prepararnos para la comunión por el sacrificio y la penitencia! Imitemos a Abraham, quien queriendo ofrecer su sacrificio, deja toda su sucesión al pie de la montaña y de Moisés que sube solo al Sinaí, ordenando al pueblo de permanecer abajo.

     Los primeros cristianos llamaban a la Eucaristía el BIEN DESEADO porque ellos ansiaban intensamente esta comunión con Jesús.

     Así sea.




XIII Conferencia
La Acción de Gracias

     No ha habido jamás un corazón tan desprendido de todo interés propio como el de Jesucristo, en los beneficios que nos ha dado; sin embargo Él reclama de manera conmovedora ante la indiferencia.

     -¡Yo he sanado leprosos, uno solo volvió a dar gracias!, ¿Dónde están los otros nueve?.
           
     Tres cosas interesan en el corazón de un bien recibido y solicitan reconocimiento: El valor del bien en si mismo, el amor que supone en su autor y la preferencia del que lo recibió.

     Querida hermana, cuando termina la santa Misa, ¡Qué tesoro lleva usted!... Usted posee a Jesucristo, su cuerpo, su alma, su divinidad y la más santa familiaridad que le hace decir: “Mi Salvador, todo lo tuyo es mío y todo lo mío es tuyo”.

     ¿No es para ti en este momento, la más consoladora realidad, reconocer tan grande beneficio?. Sea entonces esta la primera convicción que invada nuestro corazón después de recibir la adorable Hostia.

     Estas son las palabras que san Francisco de Sales amaba siempre repetir:
     -“Si tienes a Jesús lo tienes todo”.

     Después de la santa comunión, la presencia de Jesucristo en nosotras, toma parte de todos nuestros actos, entonces, Él en inmolación nos presenta al Padre y hace de estos momentos los más preciosos de nuestra vida.

     ¡Qué dulce instante en el cual, usted hermana puede aplicar sus labios en el costado abierto de Jesucristo, beber a largos tragos de esta fuente de todas las gracias y todas las bendiciones!

     Jesús se ofrenda sobre tu corazón como sobre un altar viviente, que su Padre nada puede negarle en ningún momento por su sacrificio, salvo que usted, por alguna negligencia o enfriamiento ponga obstáculos a los deseos de su amor.

     Por último descuidar la acción de gracias después de la santa comunión, es una grave irreverencia; Judas apenas recibió el pan eucarístico salió, esto lo remarca san Juan. ¿No tiene esto un triste parecido con cualquiera que sale del banquete eucarístico, regresando casi inmediatamente a sus asuntos y olvidando a Jesucristo, como se olvida a un muerto en su tumba?. Tema por la falta de respeto tan ofensiva, no cambie el amor más generoso en terrible cólera.

     Querida hermana, si el amor de Jesús permanece en nosotras en una santa alegría durante la acción de gracias, cuando usted deje la capilla,  su alma permanecerá tan unida al Esposo Divino, que se verá sobre vuestra frente el rayo divino del corazón de Cristo”.

     Así sea.


XIV Conferencia
El sacrificio de la Misa

     La mejor forma para asistir al santo sacrificio de la Misa es ocuparse durante este santo tiempo, fervorosamente, en la contemplación de la pasión de nuestro Divino Salvador.
           
      Una amiga piadosa de admirable sencillez, decía hacer esto para entender mejor la misa:
           
     -¿Qué hace usted?  –le preguntan–   Yo me recojo delante del tabernáculo; pero en el momento que veo la imagen de la cruz sobre la capa del sacerdote que avanza hacia el altar, yo creo ver a Jesucristo subir al calvario.

     Yo me enternecía escuchándola, lloraba, y me he puesto a pensar en los sufrimientos del Señor, en cuanto amor por mí. Guarde, hermana este método, consérvelo, es preferible a otro.

     El altar, es el calvario que se acerca a nosotros y es algo que está cerca de nuestros ojos; es la repetición prolongada de este gran grito de reconocimiento que se escapaba del corazón del apóstol san Pablo: “Él me ha amado y se ha sacrificado por mí”.
     El Salvador nos dejó un signo de su inmolación sobre la cruz, nosotros nos adherirnos a Él con toda la devoción que merece la más grande conmemoración.

     ¿Qué haremos nosotras cuando Él se digne realizar este memorial sagrado en cada Eucaristía?

     ¿Acaso la Iglesia no ha tomado algunas medidas durante la celebración de los santos misterios, para fijar nuestra atención sobre el conmovedor hecho de un Dios muriendo por nosotros?

     Él quiere que nuestra mirada lo encuentre en todo momento: sobre la cruz, sobre el altar, sobre los ornamentos, en toda la liturgia. Antes que el sacerdote comience el santo sacrificio, Él lo transfigura en otro Cristo, el Esposo Divino, agobiado de dolores y saciado de oprobios.

     En el manto que lleva sobre los hombros, el sacerdote reconoce la ignominia que fue arrojada sobre la cara de Jesús; la estola recuerda las cadenas que él cargaba, el alba la ropa blanca con la cual Él fue presentado al tribunal de una corte impía y de un pueblo abusivo. Todo el exterior del sacrificio tiene un mismo objetivo: Dar realce a la pasión del Salvador, inspirarse de este recuerdo, presentarse vivamente; es entonces bueno entrar en el espíritu de la Iglesia, participando la Santa Misa.

     En la Santa Misa meditemos las circunstancias de la pasión, he aquí las principales: el sacerdote en el altar, es Jesucristo en el jardín de los Olivos. Ve al hombre Dios, postrado delante de los ojos de su Padre, aparece cubierto de todos los pecados del mundo, que Él ha querido cargarlos. Él aparece hasta el punto de angustiarse ante este terrible cáliz; sin embargo Él acepta y lo bebe hasta el fondo. Mire al sacerdote como al mismo Cristo en la tierra; ni bien llegó al pie del altar, él se encuentra como Jesús al pie del jardín de los Olivos.
           
     El sacerdote se considera también penitente universal; él gime, se golpea el pecho… ¿Y yo, permaneceré impasible a la pasión del Salvador, a su agonía cruel?.

     Cuando el celebrante sube las gradas y llega al centro del altar representando al Salvador, que fue entregado a sus enemigos quienes lo torturaron como a un criminal, el Evangelio cita a los falsos testigos que lo acusan.

     En el momento que el sacerdote descubre el cáliz para la ofrenda, consideremos a Jesús despojado de sus vestidos. Él ofrece su cuerpo al tormento de la flagelación, su cabeza al horrendo coronamiento de espinas.

     Admire su invencible paciencia… ¿Y usted no sufre nada por Aquél que tanto ha sufrido por usted? ¿Será siempre usted un miembro delicado ante un jefe coronado de espinas?

     Las milagrosas palabras son pronunciadas… el sacerdote eleva la Hostia. He aquí Jesús en la cruz, entre el cielo y la tierra. ¿Estará usted sola sin emoción? ¿Habría usted sentido tanto como si hubiera estado al costado de María en el Calvario?. Recoja las últimas palabras de nuestro Dios, dándonos a María por madre nuestra, de prometernos el cielo, como le prometió a este pecador que su gracia lo convirtió en esa misma hora.

     Sobre el fin de la Misa acompañemos a Jesús, Él va a consolar a los justos, que van a salir de su prisión, salvar a las almas del purgatorio, aliviar sus penas, aplicando los frutos de la Misa y de las obras satisfactorias que usted hará durante el día.

     Por último, por la comunión, al menos espiritualmente honremos la sepultura de Jesucristo con un corazón puro, tal es la tumba donde Él quiere ser depositado; pero como Él no ha muerto sino que ha resucitado gloriosamente, oremos para que comunique a nuestra alma una virtud de resurrección que se manifieste en una vida nueva y toda celeste.

     Así sea.


XV Conferencia
La Oración mental

     El amor y la práctica de la oración es lo que siempre han recomendado todos los maestros de la vida espiritual, comenzando por los padres de la Iglesia, no solo  como muy importante, sino como capital indispensable.          

     Ellos no escatiman elogios cuando se trata de la oración, entendiendo que es un remedio universal de eficacia soberana contra las diversas enfermedades de nuestra alma, es un escudo que nos defiende de los ataques feroces del enemigo.
           
     La oración es un tesoro insuperable, un refugio asegurado, un puerto tranquilo, ella es la raíz que hace que nuestra vida sea fecunda en frutos de santidad, la escalera por la cual se sube a Dios.

     Quiere usted saber sobre la piedad dice San Bernardo, él responde:

     - Es la constancia en la oración.

     Los santos fundadores de Órdenes Religiosas no han puesto jamás en duda, que la caridad, la paz, las observancias regulares, todas las virtudes que glorifican a Dios y santifican las almas, florecen en una Congregación por largo tiempo cuando poseen el espíritu de oración que da vigor.

     La oración es para el alma religiosa lo que el agua es para el pez, dice san Juan Crisóstomo. Fuera del agua el pez languidece y muere. ¿En qué se convierte una religiosa que ha perdido el amor a la oración?.

     El mismo santo dijo también: Si yo veo a alguien descuidar la meditación y se  queda allí cobardemente sin avanzar, se expone a la tibieza; juzgo  pronto que le falta buscar y vivir las virtudes sólidas. Si al contrario, le encuentro lleno de fervor para este ejercicio, deseando vivamente hacerlo bien, estoy segura que Dios tiene para él gracias reservadas y que tarde o temprano, será lleno de los dones celestiales.

     Uno puede reducir a cinco los frutos de una buena oración: Luz para el espíritu, pureza para el corazón, desprecio del mundo, muerte de sí misma y amor perfecto.

     Dios es la luz increada y nos aproxima a Él, a su iluminación por la oración o coloquio sincero con Él; uno puede atreverse a decir, que la oración es un cara a cara con Dios.

     Oh hombre, que tienes grandes ambiciones de buscar la amistad de los  poderosos de la tierra, cuando tú puedes pretender la del Rey de reyes.
           
     Cuando Él te busca a ti, busca unirte a la más dulce intimidad o a la mejor ganancia, tan gloriosa y ventajosa para nosotras… ¿No, nos da este conocimiento práctico de Dios y de nosotras mismas, el fundamento de toda santidad?.

     Cuando tomamos nuestras acciones al detalle y nos aproximamos al infinito que es Jesús luz del Padre, nos asemejamos al hombre-Dios, nuestro modelo; descubrimos fácilmente lo que debemos ser, lo que nos falta; cómo hace falta que Él nos hable y que nos convierta.

     La oración purifica el corazón, separa el alma de todas las afecciones viciosas, especialmente a quiénes son presa fácil de apegarse con exceso a las cosas terrenas.

     La meditación nos fortalece y nos mantiene en esta elevación de sentimientos que nos coloca por encima de las frivolidades y de las pasiones. Nos hace tomar conciencia de la gracia haciéndonos más sensibles a las pequeñas infidelidades, que no parecen faltas graves para muchas almas disipadas que no reflexionan.

     De la eminente pureza del corazón, segundo fruto de la oración, uno supone un tercero que no falta nunca de darse: el desprecio del mundo, o más bien un soberano desprecio de sus promesas y de sus amenazas.
           
     La luz como la llama sagrada nos muestra las cosas tal como son, y nos toca juzgarlas bien y vivirlas.

     Así sea.




XVI Conferencia
La Oración mental 
(Continuación)

     En la conferencia anterior habíamos hablado de las ventajas de la oración, en esta conferencia vamos a examinar juntas lo que hay que hacer para obtener de la oración, frutos copiosos. Es necesario al comienzo prepararse con fervor a este santo ejercicio.

     Hace falta prepararse con anticipación para la práctica habitual de la renuncia y el recogimiento. Es prepararnos con tiempo. Un alma peregrina de ella misma no podrá dedicarse útilmente a la unión íntima con Dios. Un alma disipada estará poco preparada a las comunicaciones divinas.

     Hay enseguida una preparación próxima que consiste en ciertos actos que disponen todas las facultades y les da una suerte de aptitud para esta santa y noble ocupación.

     Desde la víspera antes de tomar el descanso, la hermana prepara el tema de la meditación. Felices aquéllas que se duermen con pensamientos santos, que al día siguiente deben servirnos para nuestra unión con el buen Dios.
           
     A la mañana siguiente al despertarse, los santos deseos son más poderosos que el sonido de la campana; disiparán pronto las perezas del sueño y el alma recoge sus fuerzas para adorar a la santísima Trinidad, para saludar e invocar a Jesús, María y José y al santo ángel de la guarda.

     Todas vistiendo nuestro santo hábito, lanzamos al cielo algunas fervientes jaculatorias; nos preparamos con diligencia para aparecer delante del Señor.

     Con estos pensamientos saludables repasamos dulcemente los pensamientos que en la víspera ocuparon nuestra mente; el alma excitada por las tres potencias nos invita a la reunión con Dios como a un delicado festín.

     Habiendo venido al momento de la divina audiencia, entra en la más perfecta disposición, interior y exterior; usted hermana allí, se encuentra libre de todo cuidado extraño, no admitiendo en vuestro espíritu ningún otro pensamiento, exiliando de vuestro corazón toda soledad, poniéndose en la presencia de Dios.

     Desde el comienzo adoremos profundamente al Señor delante de quién nos encontramos y mientras sea posible –salvo el caso de enfermedad– pongámonos de rodillas. Este respeto, que está en nuestra voluntad, supone en nuestra inteligencia el conocimiento de la excelencia infinita de Dios y de nuestra nada.

     ¿Podemos conocer estos dos abismos, sin confundirnos delante de la majestad del Señor, sin hacerle homenaje con todas nuestras facultades como el principio de nuestro ser y como la fuente de todos nuestros bienes?

     Enseguida pidamos a Dios que todas nuestras intenciones y todas las acciones de nuestra alma durante este ejercicio, sean puramente dirigidas a su gloria y a la alabanza de su Divina Majestad.

     Luego vienen los preludios, que son siempre un número de dos por lo menos. Primero uno hace la composición del lugar. Es decir que representa en su imaginación los objetos materiales que han concurrido para el misterio que se medita.

     En el segundo preludio, uno pide la gracia de recoger los frutos del misterio o de la virtud sobre la cual uno esta a meditando.

     Después de estos preliminares entramos en el cuerpo de la oración y se aplica los frutos de la meditación: la memoria, el entendimiento y sobre todo la voluntad.
           
     Se ejerce la memoria recordando las palabras del texto que se ha leído. El deber del entendimiento es hacer reflexiones prácticas sobre el sujeto que se medita. La voluntad viene enseguida produciendo los santos efectos y ejecutando las buenas resoluciones.

     Todos los maestros de la vida espiritual dicen que el Espíritu Santo sopla donde Él quiere y no hay límites para su acción.

     Las normas que les damos son buenas en si mismas; pero cada alma debe asumirlas después de haberlas aceptado; sin embargo hay además sobre este punto las lecciones y los consejos de la superiora o de un confesor.

     San Ignacio termina la meditación con un coloquio. Es el corazón y no las palabras, quien debe hacer todos los gastos de esta última oración. Hace falta entonces dejar hablar al sentimiento.

     Es bueno terminar la meditación con una oración vocal, por ejemplo, esto que comienza por estas palabras: “Oh Jesús viviendo en María” o agregar el Sub-tuum[2] para sus buenas resoluciones bajo la protección de la Santa Virgen.

     Pongamos todos nuestros cuidados para perfeccionarnos en el santo ejercicio de la oración y recibiremos de esta práctica seria los frutos más abundantes. Así sea.

XVII Conferencia
El Examen de conciencia

     Uno de los medios principales y eficaces para nuestro avance espiritual, es el examen de conciencia que los santos nos recomiendan seriamente practicarlo.

     La importancia y la eficacia de este medio no ha sido solamente conocido por  los santos, ha sido el ejercicio de muchos filósofos paganos. Pitágoras tenía la costumbre de recomendar a sus discípulos, examinar la conciencia cada noche sobre tres puntos: ¿Qué he hecho? ¿Cómo lo he hecho? ¿Qué he dejado de hacer?. Alegrándose de lo que ha hecho bien y arrepintiéndose de lo que ha hecho mal.

     San Ignacio asegura el examen de su conciencia y lo prefiere de alguna manera. El examen de conciencia evalúa todo lo que se propone en la oración y su práctica sirve para extirpar los vicios y mortificar las pasiones; esto es lo que debemos hacer.

     Nuestro Señor durante su vida mortal decía algunas veces a sus discípulos, que los hijos de las tinieblas, son más astutos que los hijos de la luz. En efecto, si los cristianos y a veces los religiosos olvidan sus intereses espirituales, no dándose cuenta de su alma; los negociantes y los mercaderes hacen su balance cada noche para saber si tienen ganancias de sus bienes. Estemos nosotras atentas a las cosas espirituales, como ellos están atentos a su ganancia temporal.

     La saludable  práctica del examen de conciencia, nos ayudará poderosamente a  corregir nuestros defectos.

     La reflexión de nuestros actos debe ser discutida cada noche, en la presencia de Dios, quien nos ayudará a estar vigilantes y a no dejarnos llevar por nuestras pasiones o por la rutina, que es una plaga tan grande para las almas religiosas.

     El alma ferviente encuentra gran consolación en el examen diario de su  conducta y de sus pensamientos. ¡Qué  alegría tan grande constatar en presencia de Aquél a quien amamos, que hemos hecho todos los esfuerzos para agradarlo y complacerle.

     El examen de conciencia no es una revista seca y árida de nuestra existencia, es la luz del amor que examina nuestra vida y nos causa gran dolor, cuando constatamos que hemos disgustado al Esposo de nuestra alma, dolor que debe excitar en nuestro corazón un firme propósito acompañado de las más generosas decisiones.

     Preparémonos seriamente para nuestro examen final, el gran día donde nuestro Señor buscará la Jerusalén con una lámpara en la mano y mientras Él esté tan lleno de misericordia para con nosotras, sepamos por nuestro arrepentimiento y nuestro amor, prevenir el reino de su justicia.

     Así sea.
XVIII Conferencia
El Examen Personal

     Hay dos cosas que considerar en el examen personal: una sobre lo que se debe hacer y la otra sobre cómo se debe hacer.

     Lo mismo que un general de la fuerza armada se preocupa primero de conocer el punto débil del lugar que va a atacar, del mismo modo el demonio se ocupa con un cuidado inimaginable de conocer el lugar más débil de nuestra alma para atacarnos y conducirnos con todo su poder. Que esto nos sirva para estar alerta.

     Es necesario recapacitar y analizar en lo más débil de nuestra alma y fortalecerla para poner a trabajar nuestras defensas.

     Hace tiempo en Roma en los combates de gladiadores se buscaba aquellos hombres más fuertes, aquellos hombres que siempre estaban más preparados, a los mejores armados y lógicamente eran ellos los que vencían. Esto es lo que debemos hacer a través del examen personal, buscar nuestras faltas más graves, las más dominantes y una vez que las encontremos será mucho más fácil corregir nuestras faltas desde las más pequeñas.
           
     Si cortamos un árbol la raíz se secará tarde o temprano; pero si podamos sus ramas crecerá nuevamente y se convertirá en un árbol mucho más grande de lo que era. Esto podemos aplicar al examen personal.

     Estemos siempre vigilantes y a través del examen personal seamos conscientes de nuestros defectos y faltas, sobre todo de aquellas que ofenden a Dios y escandalizan al prójimo.

     Si no tenemos el coraje de enfrentar nuestros propios defectos tratemos de hacer penitencia y oración para obtener el perdón de nuestras faltas.

     Así sea.

XIX Conferencia
La Corrección Fraterna

     La religiosa debe estar animada por su amor a Dios, por su deseo de purificación y por la fe para caminar en esta vocación.

     Como la naturaleza humana es frágil aceptemos en acción de gracias todo aquello que la vida religiosa nos provee para cubrir todas nuestras faltas y fortalecer nuestras debilidades.

     La corrección fraterna es uno de los medios para fortalecernos en nuestras debilidades, de acuerdo a lo que nos propone la comunidad.
           
     Quizá surja en cada una de nosotras, un poco de confusión cuando nos preguntemos interiormente sobre nuestras debilidades y faltas; esta corrección fraterna hecha en comunidad se debe hacer con espíritu de penitencia y conversión, con sencillez y en una postura de humildad; luego de la corrección asumida con espíritu de fe y caridad, podemos avanzar en la fraternidad y en la virtud.
           
     Después de haber hecho nuestra revisión de vida sobre las cosas exteriores que vienen del mundo, es mucho más fácil vencer aquello que tiene que cambiar dentro de nosotras.
     No debemos cambiar tan fácilmente la materia de nuestro examen personal. El asunto de la corrección no es un tema al azar, hay que ser perseverantes, tomarlo en serio, y sobre todo ser optimistas, no importa a que precio.
           
     Lo que recalcamos en este punto y en la manera de realizar el examen particular es el de identificar nuestras faltas y negligencias para corregirlas y solucionarlas.
           
     A diferencia de otros exámenes personales al que mucha gente se somete, en este no buscamos ver cuantas veces hemos fallado ni quedarnos en un pensamiento superficial; sino que la persona una vez que haya reconocido sus faltas y sus pecados, se arrepienta y pida perdón a Dios.

     Se aconseja también asegurar los componentes de nuestro corazón y de imponerse una penitencia, para no volver a caer en la misma falta.

     Escuchemos con respeto y modestia todos los consejos que nos den. El más grande fruto que podamos obtener de la corrección fraterna es evitar todo aquello que nos haga daño y que dañe al prójimo.

     Luego el amor de Dios y a nosotras mismas nos ayudarán a no sentirnos tan humilladas, por que al hacer el examen de aquellas faltas que nos marginan y nos humillan, queda a veces un sentimiento de culpa, entonces aquí entra el amor de Dios que lo cubre todo.
    
      Decimos que podemos apreciar el fervor de una comunidad; pero yo puedo decir que podemos apreciar la vida de una hermana por su humildad, por la forma de reconocerse a sí misma, por la manera de reconocer sus defectos; pero este reconocimiento o autoanálisis en la corrección fraterna, no representa ni la mitad de lo que hay que hacer; nos falta la parte más difícil: aceptar lo que los otros nos corrigen sobre nuestra conducta y sobre nuestras obras.

     Lo que toda religiosa debe hacer es servir con caridad y profunda humildad a los demás y abstenerse completamente de todos los deseos humanos y mezquinos. Cuidemos mucho nuestra alma por que el enemigo esta a nuestro alrededor para corrompernos y para hacernos caer.

     La corrección fraternal debe hacerse con mucha misericordia y siempre como lo dice el santo Evangelio. Decimos entonces que este ejercicio nos ayude y nos socorra para lograr nuestra santidad.

     Mis queridas hijas, vivamos en la caridad, amemos a nuestros hermanos y oremos por la santificación de sus almas. Así sea.
XX Conferencia
La Recreación

     Según dice el gran San Francisco de Sales que a veces prejuzgamos a una hermana según la manera como se comporta durante la recreación. 
           
      La recreación para la religiosa sirve para reparar sus fuerzas morales y espirituales, sin disipar de ningún modo la vida de su alma; también para recobrar las energías  que nuestro cuerpo ha perdido en la intensa actividad del día y nos da un tiempo de esparcimiento.
                                         
     La recreación para las religiosas no está prohibida, se hace siempre en los mejores términos de la caridad, de la sobriedad y sin olvidar que somos religiosas.

     La modestia debe siempre dominar y ordenar nuestros deseos, nuestra postura, nuestra mirada, nuestros gestos y nuestras palabras; las palabras y los movimientos traslucen nuestros sentimientos.

     Antes de la recreación la religiosa debe invocar al Señor y dedicar ese momento para su gloria divina, decir en su corazón: ¡Señor mío te ofrezco esta recreación, porque te amo y porque sabemos que tú nos amas y porque todo te lo debemos a ti; a fin de reconfortarnos del cansancio y para servirte mejor, te pido que nos mandes tu espíritu de amor y tu gracia para no ofenderte.
 
     Debemos actuar siempre con modestia según lo que dice Tomás de Aquino y comportarnos de acuerdo a la situación y de acuerdo a las personas con quienes estamos reunidas.  Observemos en todo momento un gran respeto a nuestras hermanas, movidas siempre por la caridad y mirar a todas con ojos espirituales y humildes.
        
     No olvidemos que San Pablo que nos ordena conducirnos con los demás por un principio de humildad cristiana, recalca que debe ser la caridad y la humildad las que nos inspiren en todo momento.

     La caridad nos hace amar a Dios por sobre todas las cosas y amar al prójimo como a nosotras mismas, por eso se debe evitar todo aquello que vaya en contra del prójimo y hablar sobre las cosas que hieran o maltraten a los demás.

     En nuestras conversaciones no hablemos jamás en contra de la verdad o la sinceridad, debemos tener esto  muy presente.
          
     La hipocresía y la falsedad demuestran que el Señor no está en nuestro espíritu, son propias de un alma ruin, débil e indigna de una religiosa. 

     No nos apresuremos ni seamos ligeras en nuestras palabras cuando nos dirijamos a una persona para hablarle sobre algo que tiene que corregir en su vida; tenemos que ser prudentes y sobre todo sencillas y sinceras con nuestras hermanas.

     Si en algún momento de la recreación se suscitan conversaciones difíciles, sabemos que cada ser humano tiene su propio punto de vista; si llegado el momento no concuerdan las unas con las otras, es mejor guardar su opinión o su punto de vista y evitar discusiones puedan ofender a alguien. Así Sea.



XXI Conferencia
La Recreación

     Me pareció muy corto el tiempo que dedicamos en la conferencia anterior a la Recreación, por eso he convenido realizar una segunda conferencia sobre este tema.    
           
     Hay un punto muy importante sobre el que debemos insistir en la recreación y sobre el cual debemos apoyarnos siempre haciéndolo una norma inviolable de la fraternidad: Nunca hablar mal de nadie.

     No debemos por ningún motivo hablar mal de una persona que no está presente.  Si alguien está ausente no debemos hacer leña de un tronco caído.

     Esto es propio de un espíritu mezquino, de alguien que desprecia a los demás y que no ama a su prójimo. Este tipo de persona se hace despreciable siempre.

     Debemos hablar de los demás siempre con mucho respeto y estima, no solamente de nuestras hermanas de Congregación sino también de las religiosas y religiosos de otras Congregaciones. No debemos despreciar ni criticar a un predicador, aún cuando no pertenezca a nuestra Orden.

    Como no nos gusta que se burlen de nosotros, no debemos burlarnos nunca de los demás, porque delante de Dios esto es pecado.

      Cuando nos encontremos con personas malhumoradas y de mal carácter, debemos reaccionar de buena manera, hacer un llamado especial a nuestra buena educación, a nuestra dulzura, a nuestra humildad para llevar una conversación a buen fin.

     No realizar acciones que vayan en contra de la prudencia o de nuestro honor. No debemos por ningún motivo utilizar palabras de doble sentido o palabras inconvenientes que puedan dar rienda suelta a la imaginación de los demás y lleven a la mala interpretación del mensaje.
           
     Debemos evitar sobre todo palabras que ofendan, porque estas, son difíciles de erradicar y olvidar.

     Toda religiosa por su modestia y su vida cristiana, debe ser sobria, educada y sonreír siempre para expresar la alegría de ser la esposa del Divino Salvador. La risa debe ser moderada y expresar su contento con discreción.

     Cuando un alma está llena de bajas pasiones se nota inclusive en sus expresiones externas; cuando alguien tiene realmente un espíritu sano, la alegría se demuestra sin necesidad de ruidos; pero si uno está lleno de sentimientos oscuros, entonces la alegría se demuestra en exceso, con un comportamiento poco indicado.
           
     El Evangelio nos habla siempre de las lágrimas de Jesús, esto no significa que nuestro Señor no haya reído.

     Por otro lado tengamos en cuenta que no hay nada más desagradable que aquellas personas que buscan llamar la atención hacia ellas mismas, que les gusta ser el centro de todo; es mejor que nos quedemos en la sombra, es mucho mejor.

     Aquí cabe decir o repetir lo que dijo una vez un poeta famoso “Para vivir tranquilo, para vivir feliz, es mejor vivir a escondidas”.

     La recreación no es solamente un momento para librarnos de aquello que nos oprime, también debemos buscar y procurar dar alegría a los demás.

     Una vez terminada la recreación las religiosas deben quedar en silencio, sin decir una historia más, ni una frase, ni siquiera una palabra; es el momento del silencio, es el momento de llamar inmediatamente la presencia de Dios, de ponerse a disposición de Él y de preparar nuestras almas para la oración.
           
     Si realizamos siempre nuestra recreación de acuerdo a lo expuesto se verá un cambio, se verá realmente un crecimiento espiritual, fruto del amor al Señor que aumenta nuestra fe.

Así  sea.

XXII Conferencia
Los Alimentos

     Cuando sentimos la necesidad de llevar a nuestra boca algún alimento no debemos olvidar que ese momento esta también santificado por el Señor, por lo tanto debemos dar gracias con todo nuestro corazón, por lo que el Señor nos da.
           
     Oremos dando gracias al Señor por los alimentos, por el pan que pone a diario en nuestra mesa, porque ellos nos ayudan a recuperar las energías gastadas y a continuar en su camino, nos dan las fuerzas necesarias para continuar sirviendo al Señor.  
           
     San Pablo nos dice que todo aquello que comamos o bebamos, o cualquier otra cosa que hagamos nos sirva de alimento para dar gloria al Señor.  
                                       
      Cuando comemos, no debemos hacerlo solamente por el simple gusto de comer, nosotros comemos para alimentarnos y servir mejor, pues el Señor cubre todas nuestras necesidades, nunca deja sin alimento, ni a la más pequeña de sus criaturas; es por eso, siempre antes de alimentarnos, debemos orar y agradecerle mucho al Señor.
           
      Debemos tener en cuenta lo siguiente: para muchos el comer es un placer, pero no olvidemos algo muy importante, para nosotras, es un placer, acompañadas de la presencia del Señor. Por eso no está prohibido a la religiosa sentir placer al comer; sería pecado sentir placer a la hora de comer, si olvidamos que es el Señor quien está presente en ese momento, quien nos provee todo alimento.
           
     Tomemos en cuenta la gran bondad y Misericordia del Señor, porque a pesar de que somos pecadores, a pesar de todas nuestras ofensas, Él nunca nos deja sin alimento.

     Así como en la mesa de la gente rica, antes de proceder a ingerir los alimentos se acostumbra un pequeño aperitivo, este aperitivo para las religiosas debe ser una acción de gracias, este aperitivo debe ser un ofrecimiento, este aperitivo debe ser la oración.

     La alimentación debe ser moderada, no podemos incurrir en la gula, todo aquello que afecte la salud de nuestro cuerpo debe ser desechado, solamente debemos ingerir lo que mantiene nuestra salud en buen estado. Lamentablemente, a veces hacemos caso omiso a este punto y muchas veces nosotras mismas nos conducimos  a la muerte o a un mal estado de salud.

     También debemos demostrar mucha delicadeza en la ingestión de los alimentos, ser muy delicadas y mesuradas en el momento de comer.  Del mismo modo que nuestro cuerpo se alimenta gracias al    Señor, nosotros tenemos que buscar el alimento espiritual, para hacer crecer nuestra alma; este alimento espiritual es la oración pues ella nos acerca al Señor.

     En el momento de tomar los alimentos tengamos presente la caridad. El espíritu de caridad nos instruye para compartir con los demás, con aquellos que están a la derecha y a la izquierda en la mesa y proveerlos de lo que necesiten.
           
     Es la caridad la que nos mueve a servir al mundo y alcanzarles una parte de lo que nosotros ya tenemos.
           
     La oración es útil para todos, la oración más que útil es necesaria para todos, ella bendice nuestros alimentos, ella está presente en nuestros alimentos; gracias a Dios por darnos este alimento espiritual.

     Gloria al Señor, alabado sea su nombre.

     Así sea.



Seur Eduviges Portalet Couturier
Priora General























































[1] Año 347-407. Crisóstomo significa boca de Oro. Este santo Obispo fue llamado así por su dotes de predicador, se distinguió por su extraordinario espíritu de Oración y virtud. Es patrono de todos los predicadores católicos del mundo.
[2] Sub-tuum: Bajo tu amparo nos acogemos…